La primera vez que fui a Praga era noviembre. El cielo estaba encapotado, hacía un frío gris y la ciudad estaba tan bella que dolía. Al recorrer sus calles llenas de turistas deseando perderse, curiosos con ganas de impregnarse de historia y praguenses con prisas, me acordé de una niña llamada Judith Rebecca que vivió en sus propias carnes el comienzo de la Guerra de los Treinta Años.
El 23 de mayo de 1618, la pequeña Judith Rebecca tenía seis añitos. Para ella sería un día más de primavera. Lo que no sospechaba mientras jugaba con su hermano era que esa mañana iba a marcar el principio del fin de su plácida vida. Aquel día un grupo de aristócratas bohemios arrojaron por la ventana a dos representantes del nuevo emperador Fernando II y a su secretario. Milagrosamente ninguno de los tres falleció: un oportuno montón de estiércol amortiguó su caída y una vez recuperados del susto, corrieron a refugiarse en el palacio Lobkowitz donde la señora de la casa, Polixena de Perstyn y Manrique de Lara, una ferviente católica de origen español, les brindó refugio enfrentándose a la turba que los perseguía. Abro un inciso para comentar que el palacio Lobkowitz fue el primer edificio que pisé en Praga y que de una de sus cientos de paredes cuelga el retrato de esa Polixena que acogió a los defenestrados; en ese cuadro, la noble checo-española luce tez blanca, cabello caoba, ojos azules y labios tan finos como rojos; un clavel encarnado coquetamente colocado en su oreja derecha le da un aire desenfadado. Pero no me quiero detener en Polixena, que bien merecería un tesis entera. Vuelvo a la pequeña Judith Rebecca.
La defenestración de Praga de 1618 cambió la vida de nuestra protagonista porque sus padres, el conde Georg von Wrbna y su esposa Helena eran protestantes en un reino en el que Fernando II estaba dispuesto a imponer el catolicismo. La guerra estalló en 1619 cuando Federico V del Palatinado fue coronado rey de Bohemia por los nobles rebeldes. El padre de Judith, que apoyaba a Federico, se jugó la vida en la Batalla de la Montaña Blanca (1620). George no murió pero fue apresado y condenado a muerte. Judith tenía ocho años. Resulta difícil imaginar el miedo que debió sentir su madre Helena al verse sola con dos hijos y sabiendo que su marido iba a desaparecer pronto. Sin embargo, George fue oportunamente perdonado por Fernando II. Su servicio al malogrado emperador Rodolfo II le había granjeado importantes contactos en Praga que bien podrían haber influido en aquel perdón. El padre de Judith logró salvar la vida pero todos sus bienes le fueron confiscados. En la más absoluta miseria y acusando las penurias que había pasado en la cárcel, George von Wrbna enfermó del alma más que del cuerpo y falleció en 1625, dejando a una viuda y dos huérfanos, sin dinero, sin casa y sin honor.
Desde la Defenestración de Praga, Judith Rebecca había crecido rodeada de incertidumbres. Ahora que su padre había muerto, su madre debería luchar. Y vaya si lo hizo. Helena von Wrna fue obligada a convertirse al catolicismo y a recatolizar a sus hijos. Con los pocos bienes que pudo recuperar tras el fallecimiento de su esposo, la madre de Judith Rebecca se marchó a Viena donde iniciaron una nueva vida. Helena se volvió a casar y sus hijos fueron educados en la corte. Los jóvenes bohemios pasaron de ser los hijos «conversos» de un noble rebelde a dos católicos reputados al servicio del emperador: el hermano de Judith se hizo jesuita y ella se casó en 1635 con el conde Maximilian von Lamberg.
Judith Rebecca no volvió nunca más a Praga, la ciudad en la que su infancia le fue arrebatada. ¿Qué recuerdos guardaría de su padre?, ¿lo volvería a nombrar en público o pronunciaría su nombre en privado?, ¿renegó totalmente de la fe protestante?, ¿surtió efecto la recatolización a la que fue sometida?, ¿hasta qué punto le marcó la guerra de Bohemia? Eso me preguntaba yo mientras ascendía por una de las calles más empinadas de Praga. La ciudad no me respondió y eso a pesar de que sus piedras todo lo saben. Judith Rebecca fue testigo de excepción de los inicios de un conflicto bélico que sacudió los cimientos de la Europa del siglo XVII… ¿acaso también presenció su fin? Continuará.
Bibliografía:
Katrin Keller, Hofdamen. Amtsträgerinnen im Wiener Hofstaat des 17 Jahrhunderts, Wien: Böhlau Verlag, 2005.
Y los archivos austriacos…