Lisboa, el chocolate y el azul.

azulejos-vista-de-lisboaLisboa es una ciudad preciosa aunque la última vez que estuve (el pasado mes de julio) no tuve casi tiempo de sumergirme en su universo azul y sus aires atlánticos que tanto ayudan a comprender su impactante pasado colonial. En ese viaje tenía que centrarme en la II conferencia internacional de CHAM, titulada: Knowledge Transfer and Cultural Exchanges, que se celebraba en la Universidad de Lisboa.

En especial me gustó el paper de mi amiga Diana Carrió: The Count of Peñaranda: Images of diplomatic negociation (1645-1658). Para ilustrar las complejas relaciones entre las imágenes, el arte y la diplomacia en las negociaciones de las paces de Westfalia, Diana nos presentó varias obras del pintor holandés Gerard ter Borch. Entre ellas la de un soldado solitario a lomos de su caballo; un cuadro bellísimo y violentamente romántico. Casi no pude creer que fuera pintado en el siglo XVII. Otra de las obras que nos mostró fue la firma de las paces de Westfalia en Münster. La sala que se muestra en el cuadro se conserva en el ayuntamiento de esta ciudad y se puede visitar. La paz se firmó un 30 de enero y se ratificó un 15 de mayo, por lo que dentro de unos días se cumplirán los 367 años del acontecimiento. En el cuadro de Ter Borch aparece Peñaranda junto a un buen número de plenipotenciarios entre los que debía estar el conde de Lamberg, el marido de una de mis embajadoras. Su paso por Münster y Osnabrück y su participación en las negociaciones de paz, además de los contactos que hizo con ministros españoles le valió para ser nombrado embajador del Imperio en Madrid en el año 1653. Lamberg acudió a la capital de la monarquía española con su mujer, Judith Rebecca, y sus hijos entre los que se encontraba Johanna Theresia, la futura condesa de Harrach.

Conmovida por la belleza del soldado de Ter Borch, me quedé mirando el cuadro de las paces de Münster proyectado por Diana y busqué a Lamberg sin resultado… aunque sin duda debía estar allí presente.

En el descanso bajé a tomar pastel de chocolate. Tenía que recuperar energías para presentar mi paper: Chocolate and Quixotes: Imperial Ambassadresses in Madrid and their role as cultural agents in Vienna (1650-1700). Precisamente, el conde de Lamberg y su mujer fueron grandes consumidores de este producto que luego exportaron a la corte de Viena.

A las seis y media de la tarde y con un calor de justicia comenzó mi panel: Sensuality, Courtesy and Devoción: Cultural Exchanges between European Courts (1650-1700). Mercedes Llorente y Rocío Martínez eran mis compañeras.

Esa cultura estilada en la corte de Madrid que las embajadoras del Imperio asimilaron en España y que posteriormente difundieron en el Imperio se componía de objetos, hábitos de consumo, así como de costumbres cosmopolitas y multiculturales a las que no siempre les ‘sienta bien’ el calificativo de ‘españolas’, ya que en cierto modo eran el resultado de una cultura global que confluyó en el Alcázar y sus aledaños. El chocolate era un producto compuesto por productos provenientes de las Indias como las vainillas de Jamaica o el cacao de Caracas, aunque fue en España donde se crearon recetas especiales que luego se exportaron al resto de cortes europeas. Con los búcaros pasaba algo parecido: los barros provenían de Portugal o de América y una vez en Madrid,  se «aderezaban», es decir, se llenaban con aguas perfumadas elaboradas con recetas italianas, españolas o ítalo-españolas. El producto final era fruto de un elaborado encuentro entre culturas diversas.

En el debate del paper surgieron muchas cuestiones: si el hecho de que fueran mujeres las principales consumidoras y «practicantes» de esta cultura generó algún tipo de contestación; si esta sociabilidad femenina generada en torno al estrado tuvo un carácter hedonista; o cuál fue el significado de la materialidad de algunos objetos, por ejemplo, los libros.

Traté de contestar lo mejor que pude a cada una de las cuestiones: que fueran mujeres las principales difusoras de esta cultura exótica no produjo controversias ni rechazos palpables, pues su condición de nobles y embajadoras siempre estuvo por encima de su condición mujeril. Con respecto al hedonismo, éste siempre estuvo presente en un tipo de sociabilidad de toque intimista en el que las mujeres trataron de evadirse de las melancolías cortesanas estimulando los sentidos -sobre todo el gusto y el olfato- hasta límites insospechados, casi patológicos.

Los objetos en la edad moderna podían tener muchas significaciones. Un objeto era y significaba lo que un particular o una cultura determinada quería que significara. Por ejemplo: un libro, como ahora, podía servir para pasar un buen rato, reír, llorar, rezar, aprender y experimentar, o podía ser utilizado para decorar una estantería, presumir ante una visita o simplemente para ser contemplado. Igualmente podía convertirse en un objeto íntimo si se leía dentro de la cama como los devocionarios de Johanna Theresia Harrach, y en objeto público si se leía en voz alta en una reunión entre amigos. O convertirse en un objeto catártico: El Quijote desencadenó risas terapéuticas.

Y finalmente, un libro también podía ser un objeto ‘vivo’ si así lo quería su dueño, como el volumen de Comedias Escogidas que llegó a manos de la condesa de Harrach; su anterior propietario escribió en la contraportada: «Soy de Francisco Sánchez Mejías, natural de Villacastín». Para aquel Francisco, su libro le era tan amado que le dio vida propia, como demuestra este particular ex-libris.

Por la noche volví al hotel. Busqué en internet Las paces de Westfalia de Ter Borch y creí encontrar al conde de Lamberg justo detrás de Peñaranda. Su mirada me transportó al siglo XVII, al sabor del chocolate, al perfume de los búcaros. Luego busqué al jinete barroco y pensé: ¿Qué sabría ese soldado solitario de Quijotes y quimeras? Parecía derrotado, cansado de una vida de infortunios y derrotas. Qué distinta debió ser su melancolía a la que pudo sentir Peñaranda o Lamberg. Ellos tenían a mano el chocolate y al Quijote para huir de aquella enfermedad tan cortesana. Pero aquel hombre agotado en su cabalgadura… creo que él no entendía de esa pesadumbre susceptible al hedonismo, la suya era distinta, más profunda, casi irremediable… una melancolía que Ter Borch supo captar. ¿Acaso no será el pintor de las tristezas barrocas?

Al día siguiente, Lisboa amaneció azul.
De ratificatie van de Vrede van Munster

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Gerard-ter-Borch-Man-on-HorsebackBodegón_con_servicio_de_chocolate_-_Museo_del_Prado

Para saber más:

Proyecto de invetigación de Diana Carrió-Invernizzi: Redes diplomáticas y encuentros culturales en la monarquía hispánica (1500-1700). Web: https//rediplo.hypotheses.org.

Bianca Lindorfer: «Aristocratic Book Consumption in the Seventeenth Century: Austria Aristocratic Book Collectors and the Role of Noble Networks in the Circulation of Books from Spain to Austria», en Natalia Maillard Álvarez (ed): Books in the Catholic World during the Early Modern Period, Leiden-Boston, Brill, 2014.

Bianca Lindorfer: «Las redes familiares de la aristocracia austriaca y los procesos de transferencia cultural: entre Madrid y Viena, 1550-1700», en Bartolomé Yun Casalilla (ed): Las redes del Imperio. Élites sociales en la articulación de la monarquía hispánica, 1492-1714, Madrid, Marcial Pons Historia, 2008, pp. 261-288.

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