Las mimosas que compré el domingo se están marchitando, han perdido su envolvente y delicado olor…, sus bolitas amarillas caídas parecen anunciar el fin de este martes de Carnaval en Viena. Por la tarde he visto un rato la tele y he podido comprobar que en Graz han disfrutado mucho de este día con disfraces multicolores, vistosas cabalgatas y lluvias de confeti… Qué gusto da ver a la gente contenta.
Mis flores de mimosa ya no huelen a nada, y Viena tampoco. Acabo de volver de un paseo por el centro y no he visto nada que se parezca a la fiesta que tenían montada en Graz. Viena permanecía elegante, solemne y extremadamente silenciosa ante tan señalada fecha. ¿Qué ha quedado de los esos tiempos barrocos en los que las máscaras se apoderaban de calles y palacios?
Bueno… algún resto queda, si entendemos por «restos» de ese insuperable glamour del siglo XVII, los bailes que por estas fechas se celebran en la ciudad; sin ir más lejos el pasado jueves tuvieron lugar dos de los más punteros: el Opernball en la Ópera y el Rosenball, en el Kursalon. En ambos hubo disfraces, más en el primero que en el segundo.
Pero hoy… nada, o casi nada: en el autobús iba sentada una chica con una nariz de ratón pintada en la cara, en la parada del tranvía 71 un chaval llevaba puesto un sombrero de vaquero, en la plaza del Hofburg un hombre vestido de esmoquin hacía cola en un cajero. ¿Acaso necesitaba dinero para pagar la entrada a algún baile que se celebrara hoy en el palacio? En fin, todo puede ser. A lo lejos, una pareja con traje de etiqueta corría para entrar en alguna de las salas. No sé qué clase de espectáculo se estaba cociendo hoy en el Hofburg, pero desde luego no debía ser nada del otro mundo comparado con los carnavales que se celebraban allí en tiempos del emperador Leopoldo. Me he parado a ver el escaparate de la lujosa pastelería Demel y he seguido mi camino.
¿Cómo se puede sentir nostalgia de algo que no has vivido? No sé, pero esta noche, escuchando mis propios pasos en la plaza del Hofburg, me ha venido a la memoria cómo debieron ser aquellos bailes de carnaval. Y me he puesto nostálgica.
Los carnavales de 1667 se celebraron de manera fastuosa en la corte de Viena. La infanta Margarita había llegado a la capital imperial apenas dos meses atrás para casarse con el Emperador y todo lo que se hiciera para recibirla parecía poco. Cuatro bailes de carnaval tuvieron lugar en el Hofburg entre el 24 de enero y el 24 de febrero de ese año de 1667. El primero consistió en un baile de caballos y fiesta posterior en la que 66 nobles se disfrazaron con los trajes de diferentes oficios y naciones. El segundo tuvo lugar el 6 de febrero: la emperatriz Margarita lució un vestido a la alemana mientras que su esposo Leopoldo se vistió a la española… curiosa forma de «travestirse» la que eligieron los imperiales cónyuges. En el tercer festejo de 17 de febrero, una parte de la corte se disfrazó con vestimentas típicas de varios países, y la otra con atuendos más prosaicos de cocineros, granjeros y servidores. El cuarto y último baile fue organizado por la emperatriz viuda Leonor Gonzaga y en esta ocasión, además de ballet y representaciones musicales, se simuló una «comida festiva» como si se tratara de un banquete de boda pero sin serlo.
Al tercer carnaval citado, el del día 17, acudió la embajadora de España en el Imperio, doña Teresa María De Saavedra, VII condesa de Castelar, esposa de don Baltasar Beltrán de la Cueva Enríquez de Cabrera (hermano del VIII duque de Alburquerque). Doña Teresa se disfrazó de Dürn (criada) y don Baltasar, el embajador de España, de Knecht (mozo de granja). No sé si lo pasaron bien en esa fiesta, pero sí sé que durante su embajada causaron numerosos problemas al emperador, sobre todo la embajadora, empeñada en preceder en todos los actos a la camarera mayor de Margarita, la condesa de Eril, una señora que no era precisamente muy dócil. Con una embajadora altiva y una camarera peleona ¿Qué se podía esperar en la corte de la emperatriz mas que un continuo «Carnaval»? Por cierto, en esa fiesta de 17 de febrero del 67, mi querida Johanna, futura embajadora imperial en Madrid, se visitó de Wälsche Paurin (campesina italiana). En 1671, el conde de Castellar fue finalmente nombrado por doña Mariana de Austria virrey del Perú, y su esposa virreina. Conde y condesa mudaron de traje en las Américas, y el Emperador Leopoldo bien descansado que se quedó.
Se me ha olvidado decir que la música de los bailes de carnaval de 1667 fue compuesta por Johann Heinrich Schmelzer, músico de cámara de Leopoldo. Schmelzer creó bellísimas composiciones durante los años que Margarita vivió en Viena, entre ellos una sarabanda y unos canarios que dedicó a las damas españolas de la emperatriz, poco gustosas de lo alemán y muy amantes de lo español.
Diez años después de aquellas fanfarrias dedicadas a Margarita, Johanna Theresia de Harrach volvió a vivir los carnavales en Viena. La condesa había pasado tres años en España y volvía con ilusión a disfrutar de las mascaradas cerca de Leopoldo y su nueva esposa, Eleonora Magdalena de Neoburgo, porque la pobre Margarita, en ese año de 1677, hacía ya cinco años que descansaba en la cripta de los Capuchinos, vestida con mortaja y piel seca pegada a los huesos ¡Grotesco disfraz!
A dos fiestas acudió Johanna Theresia ese febrero de 1677. El día 19 se presentó en el palacio de los Palffy con sus hijos: Josefa llevaba un vestido de brocado a la española con falsas puntillas, un gran colgante y unos pendientes de diamantes; Carlos, su primogénito, iba disfrazado de campesino español. Durante la fiesta, Josefa mantuvo una agradable conversación en con la embajadora de España, Ana Colonna, marquesa de los Balbases. Su hermano Carlos, en cambio, como no estaba para chácharas prefirió bailar una chacona.
A la otra fiesta fue Johanna sola, invitada por el príncipe de Dietrichstein. Se celebraba el exclusivo festejo carnavalesco nada más y nada menos que en la Prunksaal del Hofburg. Allí, en medio de salomónicas columnas y brillantes mármoles, aparecieron el emperador y la emperatriz vestidos de ¡esclavo y esclava!… Tamaña impresión debió causar a Johanna el ver a sus amos vestidos de tal guisa en medio de aquel suntuoso escenario. ¡Qué contraste! ¡Qué ingeniosa inversión de roles!
Schmelzer volvió a animar con su música esos carnavales de 1677, desconocía que los próximos no serían tan alegres.
En 1680 la peste azotó Viena. Los emperadores y los nobles huyeron. Aquel mes de febrero ninguna fiesta se celebró, sólo la muerte se divirtió. Los olores nauseabundos de la enfermedad se mezclaron con los de los cadáveres… efluvios pestíferos tiñeron de carroña las calles. Ese fue otro carnaval…
Schmelzer no compuso más canciones, las flechas de la peste le alcanzaron en Praga, pues los miasmas nada entienden de ciudades, ni de músicos de emperadores.
Hoy, al contemplar bajo la luz de la luna la horripilante escultura de la columna de la peste de Viena, he pensado en el triste destino de Schmelzer, aquel rey de los carnavales que amenizó las veladas de mis queridas embajadoras. Descanse en paz y que siga el carnaval…
- Quiero agradecer a Alexander Sperl su ayuda con la traducción de los disfraces.
- Recomiendo visitar las exposiciones:»Feste Feiern» en el Kunsthistoriches Museum, comisionada por Gudrun Swodoba. y «Spettacolo barocco! Triumph des Theaters» en el Theatermuseum y comisionada por Andrea Sommer-Mathis, Daniela Franke y Rudi Risatti.