Cuando regresar no es una opción

1692, Madrid. Marie Louise d’Aspremont dormitaba en su lecho. Somnolienta y dolorida, esa tarde comprendió que no le quedaba mucho tiempo de vida. Tenía 41 años. A su lado estaban sus dos hijas de 12 y 10 años respectivamente, fruto de su matrimonio con Heinrich Franz von Mansfeld, embajador del emperador Leopoldo I. Franz Heinrich había salido de Madrid en 1690, huyendo de los odios de la nobleza castellana. Ella, sin embargo, había decidido quedarse. El motivo: procurar un buen matrimonio a sus hijas, que servían en la Casa de la reina Mariana de Neoburgo, y acaso pelear por el gobierno de Milán para su marido.

            En ese momento pensó que tendría que haber regresado a Viena y claudicar, dejar de luchar, rendirse… Miró de soslayo a una de sus hijas y enseguida se arrepintió de aquellos pensamientos derrotistas. Todo había valido la pena a pesar de los odios que había despertado sin saber por qué. ¿Qué había hecho para que todos la miraran mal en aquella corte? Todos menos las dos reinas: la consorte, Mariana de Neoburgo, y la viuda, Mariana de Austria.

            Hacía nueve años que había llegado a Madrid con su marido y sus dos hijas. María Luisa de Orleáns, la que entonces era esposa de Carlos II, le había brindado su favor en los primeros años de embajada. El hecho de que supiera francés (había nacido en los Países Bajos españoles) le había ayudado a ganarse la estima de la reina. Recordó la larga cabellera azabache de María Luisa de Orleáns y al instante le llegó a su memoria la imagen de la reina actuando en palacio aquel 29 de junio de 1688: ¡iba vestida de hombre! Ella, Marie Louise d’Aspremont pudo ver a su soberana desde la primera fila. Había tenido el privilegio de ver a una reina convertida en actriz, travestida y muy de cerca. ¡Quién podía decir lo mismo!

            Bajó la mirada. María Luisa murió. Esa reina dulce y fuerte, la abandonó en febrero de 1689. Llegaron las primeras calumnias: se dijo que ella, la esposa del embajador del emperador, y la condesa de Soissons, Olimpia Mancini, habían envenado a la joven francesa. ¿Quién podía querer su desgracia y la de su marido el conde de Mansfeld? Aunque sí era cierto que la viudedad de Carlos II había permitido buscar una reina más proclive a los intereses de Leopoldo I. Su esposo, propuso a Mariana de Neoburgo y, efectivamente, esa fue la candidata elegida.

            Recibió su querido Heinrich Franz el cometido de ir a buscar a Mariana al Palatinado y allá partió en mayo de 1689. Ella se quedó en Madrid con sus hijas, el secretario de embajada y los criados. Heinrich tardó un año en regresar a la corte con el séquito de la nueva reina. La alegría al volver a ver su marido fue máxima y lo mejor estaba por llegar: Mariana de Neoburgo hizo su entrada pública el 22 de mayo de 1690, ¡qué gran día!  la reina estaba exultante, Carlos II no podía ocultar su emoción. Las recompensas por traer a España a la nueva esposa del rey llegaron pronto. El monarca concedió a Mansfeld el marquesado de Fondi en Nápoles y el título de Grande de España.

            La reina sólo hablaba alemán y de esa circunstancia se aprovecharon ella y su marido. Mariana de Neoburgo apenas quería relacionarse con nadie que no fueran ellos, los Mansfeld. ¡Qué honor! Aunque las alegrías duran poco, cuando la dicha llega rápido y sin esperarla. Pronto concitaron todas las malquerencias de la corte. ¿El conde de Mansfeld Grande de España?, ¿desde cuándo merecía ese simple conde extranjero tal honor?, ¿y su esposa?, ¿acaso no era ella la que impedía que las señoras de más alta alcurnia visitaran a la nueva consorte? La mala fama de ella y su marido fue en aumento… Marie Louise cerró los ojos. Nada puede parar la maledicencia, nada puede detener una lengua desatada. La difamación es arma más dolorosa que la espada; ¡cómo lo sabía!

            En apenas dos meses, sus vidas cambiaron. Del éxito a la agria derrota. Carlos II aconsejó a Leopoldo que sustituyera a su marido por otro embajador, porque la poca estima que la nobleza le tenía estaba afectando a la imagen de Mariana de Neoburgo. El emperador tuvo que aceptar. Ferdinand Wenzel von Lobkowitz, que estaba ya en Madrid en calidad de embajador extraordinario, tomó el relevo de su amado Heinrich. Marie Louise recordó con suma emoción cómo las dos reinas: la Neoburgo y la madre de Carlos II habían protestado por tamaña injusticia. Pero nada pudo hacerse.

             Él se marchó. Sin embargo, ella no, ella resistió, ella había sido una buena embajadora, las dos reinas la querían ¿por qué marcharse? Leopoldo I había ofrecido a su marido puestos tan extravagantes como ¡el gobierno de Transilvania! ¡qué despropósito! Novelli, el elector del Palatinado, uno de sus enemigos, había llegado a acusarla de calificar a Transilvania de “país bárbaro” ‘¡ella jamás había pronunciado aquel insulto! Pero sí había dejado claro que vivir en tierras transilvanas no le era de gusto. ¡Que se fuera Novelli a vivir allí! No, su marido volvió a Viena y no tuvo que ir a Transilvania.

            Tenía altas aspiraciones: el gobierno de Milán para Heinrich. ¿Por qué no? Pidió con insistencia a Carlos II ese favor. Lobkowitz, el nuevo embajador del emperador, afirmó que ella había “dado muchas penas al rey y lágrimas a la reinante” para conseguir su propósito. También él, Lobkowitz, quería librarse de ella. Lo sabía, lo supo desde la primera vez que le vio. Alguien le contó que había dicho lo siguiente: “sin esta mujer, todo se remediaría”. ¿Qué se remediaría? pues el poder acercarse a Mariana de Neoburgo y gozar de la querencia de la reina madre. Marie Louise sonrió. Lobkowitz siempre había albergado la esperanza de que ella se marchara de la corte. Pero nunca se fue y ahora sabía que nunca lo haría.

            No, no había conseguido el gobierno de Milán para su marido. No, no había concertado ningún matrimonio para sus hijas. No, tampoco volvería a ver a su marido que, en Viena, esperaba favores del emperador. Pero allí estaba, intentando sobrevivir; “héctica e hidrópica” como le decía Mariana de Austria, tísica e hinchada de líquidos que le pesaban más que el alma.

            Tuvo un último recuerdo para su primer esposo: el duque de Lorena. Si él hubiera vivido más, si le hubiera dado hijos… su vida habría sido muy diferente. Aunque para qué fantasear con otra vida si la que tenía se le estaba escapando por los ojos, por las manos y por todos los poros de su piel. ¿Qué sería de sus pobres hijas? Marie Louise las encomendó a Dios y a la reina doña Mariana de Austria. Miró a su alrededor: no estaban, se había ausentado un momento. Dejó caer una lágrima, luego dos…

            Se hizo el silencio y su mirada se perdió en el infinito para no regresar jamás.

            Marie Louis d’Aspremont, esposa del embajador Heinrich Franz von Mansfeld murió en Madrid el 23 de octubre de 1692.

Bibliografía: Laura Oliván Santaliestra: «Dos parejas, cuatro destinos: los Mansfeld y los Lobkowtiz en la corte de Carlos II», en: Le règne de Charles II. Grandeurs et misères, (dir) M. Guillemont-Estela, B. Perez, P. Renoux-Caron, C. Vincent-Cassy y S. Voinier, Paris, Éditions Hispaniques, 2021, pp. 221-238.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s