«Futura mamá… ¿qué pasa ahí fuera?»

Carta de un bebé a su futura madre herida:

«Madre, ¿qué ha sido ese estruendo?; si el mundo de ahí fuera suena a ese dolor, no quiero salir. Aquí bebo vida, respiro tu amor. Madre ¿qué está pasando en ese exterior que aún no conozco? ¿me darás a luz pronto? ¡No!, no quiero desprenderme de ti, no quiero que nadie rompa el cordón que nos une. Tengo miedo, madre…

¿Por qué no me respondes?, ¿por qué gimes en vez de susurrar los cánticos de todos los días?, ¿por qué tu respiración «salta» agitada?, ¿estás aturdida?, ¿dónde estás?, ¿de qué color es tu mundo?; el mío sigue siendo de mil colores. Madre, no quiero nacer, protégeme en tu vientre. Si he de morir, que sea dentro de ti. Madre, ¡no temas!, no te dejaré sola: conectaremos nuestros latidos y partiremos juntos».

Varias embarazadas tratan de huir de los escombros… otra mujer en avanzado estado de gestación es transportada en una camilla entre varios hombres. A su alrededor, la más absoluta destrucción. Esta es la imagen con la que tuvimos que desayunar el pasado jueves. Una foto tan trágica como esperanzadora: en medio de la catástrofe, una futura madre se abre paso, postrada pero viva, sujetándose el vientre; la vida avanzando sobre los escombros… Le queda poco para dar a luz. Cuando nazca, los latidos de su bebé sonarán más fuertes que las bombas.

Estamos en Europa, en el tercer milenio de nuestra, en el siglo XXI, año 2022.

Cuán diferente es esta carta a la carta de Margarita escrita hace 335 años, no muy lejos de este horror. La joven emperatriz escribió una misiva a su marido simulando que quien escribía era el hijo que llevaba en su vientre. Recordemos dos de los fragmentos de esta curiosa carta:

«Señor y padre mío, aunque me tiene príncipe incógnito, [y tengo que] pagar el primer tributo a la natura lejano, me quita este retiro las noticias de lo que pasa en Vienna. […] Fáltame plática de cortesano, pero naceré con la de buen hijo, deseando guarde Dios a vuestra Majestad, como mi madre y yo hemos menester. De mi albergue, lunes a 11 de julio 1667».

La emperatriz Margarita era una embarazada henchida de gozo. Imaginaba la voz, el talante de un vástago destinado a ser emperador. Inmensamente deseada, a esa criatura le esperaban caricias y fanfarrias, cuna de oro, leche dorada de sabor canela, trajes de encaje, músicas barrocas, un palacio inmenso en el que recrear miles de juegos, chocolate, risas…, nieve brillante en invierno y soles templados en verano.

La condesa de Castellar, la embajadora de España en Viena, fue una de las primeras en enterarse del embarazo de su señora. El 28 de marzo, informó a su homónima en Madrid la condesa de Pötting, que la emperatriz tenía «dos faltas» y que había salido en silla, sin guardainfante, a celebrar el día de la Encarnación.

Podemos imaginar a la joven emperatriz, levantándose ese 28 de marzo, orgullosa de su estado de buena esperanza, diciendo a su Camarera Mayor que ese día no se podría el guardainfante. Qué mejor manera de lanzar la gran noticia, que prescindir de aquella prenda que aprisionaba moradas de infantes. Vestida con sus mejores galas, subió a la silla de manos. En su particular «camilla», irguiendo la cabeza, sonriendo con el cuerpo, exultante…., la portearon hasta la Iglesia.

Cuán diferente fue el paseo de Margarita a la de esa embarazada ucraniana sin nombre, tendida en su ambulante lecho, camino de… a saber dónde. Su criatura replegada en sí misma, tratando de abrazar su corazón y el de ella.

Porque… qué mejor búnker que el vientre de una madre….

Putin, escucha: ¡todos los niños deberían nacer emperadores! ¡emperadores de sus vidas, emperadores de la paz! Putin, cuidado, ¡los latidos de un solo bebé pueden más que todos tus misiles!, son el arma más poderosa que un pueblo posee.

Emperadores de la vida, bienvenidos al mundo… No temáis, el amor vencerá a la guerra.

Bibliografía:

Archivos de Viena.

Oliván Santaliestra, Laura: «Giovanne d’anni ma vecchia di giudizio: la emperatriz Margarita en la corte de Viena» (2011).

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