Margarita confinada. Preguntas

¿Se os hace largo el confinamiento? A mí un poco, pero se me hace más llevadero cuando pienso que la infanta Margarita, la adorable niña de Las Meninas, estuvo confinada ¡siete años! en el Alcázar de Madrid.

Vamos a viajar en el tiempo, concretamente a 1658, para hacer unas cuantas preguntas a la infanta sobre su confinamiento.

L- Buenas tardes Margarita, ya has cumplido siete años y estás a punto de salir de Madrid ¿estás contenta?

M- Sí, estoy muy emocionada, por fin voy a acompañar a mis padres y a mi hermana en sus jornadas -bueno, tú las llamas escapadas– a Aranjuez, El Pardo o El Escorial.

L-¿Es verdad que no has salido del Alcázar en siete años?

M- Eso no es del todo cierto, en estos siete años he hecho algunas visitas al monasterio de la Encarnación, que está conectado con el Alcázar por un pasillo lleno de cuadros. Cuando era pequeñita, las monjas me daban miedo, pero poco a poco me fui acostumbrando a ellas. Sobre todo me gustaba estar con mi «hermana», doña Ana Margarita de Austria, hija natural de mi padre; con ella jugaba mucho. Y me encantaba correr alrededor del claustro; acababa agotada.

También he estado varias veces en el palacio del Buen Retiro, que está dentro de la ciudad de Madrid. La primera vez que fui a ese palacio tenía casi dos años. Me llevaron en litera, una silla de manos para que me entiendas; ¡qué miedo pasé! La siguiente vez fui en coche porque con la litera no paraba de gritar; mi padre ordenó que el coche no fuera por el centro de la Villa, sino por el camino de los molinos, es decir, por las afueras; la razón de ese cambio de itinerario fue el calor. El sol provoca muchas enfermedades y por las calles de Madrid caía una solana… Fue la primera vez que vi el campo.

L- Margarita, háblanos un poco más de tu confinamiento ¿por qué no podías ir con tus padres y hermana a los Reales Sitios: Aranjuez, El Pardo o El Escorial?

M- Pues bien sencillo, porque mis padres querían proteger mi salud. Las enfermedades se transmiten por el aire y ya sabrás que los cuerpos son muy porosos, así que lo más seguro para los niños reales es quedarse en sus cuartos, bien protegidos. Estamos en el año 1657; no sé cómo será en tu siglo, pero en éste el 90% de los nacidos no supera los primeros años de vida.

La estabilidad del reino depende de la supervivencia de los hijos y, por supuesto, de las hijas del rey (nosotras también podemos heredar la Monarquía en caso de ausencia de hermanos varones), así que deben cuidar nuestros cuerpos al máximo. No salir de casa es la mejor medida preventiva que se puede tomar para evitar enfermedades y muertes prematuras. Ahora ya tengo siete años y mi cuerpo está preparado para los «cambios de aire». ¡Ya soy mayor!

L- Vaya, qué precavidos eran tus padres…

M- Los reyes, tú debes llamarlos «reyes».

L- Sí, perdón, sus majestades los reyes.

L- Pero volvamos a tus años de confinamiento en el Alcázar de Madrid. El palacio era muy grande ¿podías circular libremente por todas sus habitaciones? o ¿tenías que quedarte recluida en determinados cuartos?

M- Bueno, los tres primeros meses de vida los pasé en los aposentos de mi hermana María Teresa porque mi «Cuarto», que iba a estar compuesto de varias habitaciones en el ala norte del Alcázar, aún no estaba preparado. Cuando acabaron las obras me trasladaron allí y, en la habitación principal (mi dormitorio) instalaron un camón de cortinas bajas para evitar que los aires perturbaran mi sueño.

Permanecí «encerrada» en mi cuarto unos nueve meses hasta que mi padre decidió que mi aya podía sacarme de mis habitaciones de vez en cuando. Exactamente, mi padre escribió: «haréis bien en sacar a mi hija […] para que no esté siempre encerrada en su aposento». Siempre salía acompañada de «mi familia», así se llamaba a mi conjunto de criados: mi aya, mis meninas, mis enanos… en fin, los que se quedaban conmigo en el Alcázar. Éramos una buena panda.

L- ¿Y a dónde te llevaban?

M- Pues unas veces al «Cuarto» de mi padre, y otras al de mi madre. El «Cuarto» de mi padre está compuesto de más de veinte aposentos y el de mi madre de más de diez, por lo que tenía espacio para moverme. La primera vez que fui a los aposentos de mi padre, mi aya dijo que me quedé extasiada mirando las pinturas. Otro día fui su despacho, que está en la Torre Dorada…, y un día que fui a los cuartos de mi madre miré por una de las ventanas que daban a la plaza de palacio y vi a unos esportilleros, gentes muy distintas a las que yo veía dentro de palacio. Algunas veces mi aya me dejaba bajar al «estudio», donde olía mucho a pintura.

L- Pero… bajo las puertas del Alcázar se debía colar el aire, e ir de un cuarto a otro podía ser peligroso por las corrientes y los cambios de temperatura ¿cómo te protegías en esos casos? ¿llevabas mascarilla? ¿te abrigabas de alguna manera especial?

M- Sí, estaba todo pensado. Los días que hacía mucho frío mi aya me retenía en mis aposentos. Y los días que hacía bueno me llevaba a pasar la tarde, como te he dicho, al Cuarto del Rey o al de la Reina, aunque sólo hasta las seis. A esa hora debía volver a mis aposentos. Me abrigaban mucho, con un sereno, una especie de capa.

¡Ah!, y no sé lo qué es la «mascarilla», yo conozco las máscaras negras de terciopelo que los nobles usan para protegerse del sol y de los corrimientos de cara durante los viajes largos. Los corrimientos son acumulaciones de humores, por si no lo sabías.

L- No, no lo sabía. Pero ¿qué otras medidas se tomaban para conservar tu salud? ¿hay alguna medicina especial que te suministraran durante tus convalecencias?

M- Me aplicaron muchas medidas preventivas y curativas, pero la que mejor me funcionaba era la risa. Los bufones y los enanos de Palacio fueron mi mejor compañía y alivio durante mis primeros años y aún lo son… ellos venían a mi cama cuando estaba malita y me hacían reír. ¿Sigue siendo la risa un buen remedio en el siglo XXI?

L- Sí, aumenta las defensas.

M- ¿Las defensas? ¿Es que acaso gracias a la risa construís murallas?

L- No, no…. bueno sí, murallas de protección frente a los virus y microbios. Retomando nuestra conversación. ¿Cómo te entretenías en el Alcázar? Yo vengo del año 2020 y ahora mismo toda la población española está confinada en sus casas. Llevamos tres semanas. ¿Nos podrías dar un par de consejos para que el tiempo se nos pase más rápido?

M- ¿Confinados? ¡anda! y ¿por qué? ¿son todos hijos del rey?

L- No, no, es una larga historia. Otro día te la cuento.

M- Vale, te respondo a la primera pregunta: para empezar yo nunca me sentí «confinada», estaba muy a gusto en el Alcázar, era mi mundo y no sabía que había algo más allá, aparte del monasterio de la Encarnación o El Retiro. Aunque es cierto que lloraba mucho cuando mis padres y mi hermana se iban a los Sitios Reales y yo me quedaba en el Alcázar sola con mis criados. No echaba de menos salir de Madrid, sino la compañía de «taíta», «mamá» e «ía».

Pero sí, puedo dar algunos consejos en caso de aburrimiento: bailar es uno de ellos. Soplo, uno de mis enanos preferidos me enseñó a bailar el zarambeque. En una ocasión, estando malita, hasta lo bailé sentada desde mi cama. Otro entretenimiento es jugar «A las señoras» con las meninas, ya te puedes imaginar las reglas: yo ordeno y las demás obedecen. Otro: tocar la gaita gallega, no lo debía hacer tan mal porque mi aya me decía que «las de mi Cuarto» me soportaban con gusto. Más consejos: escuchar música; a mis aposentos solía venir la cantante Mari Bera; cantaba de maravilla. Una vez también acudieron unos chiquillos de la capilla a cantarme oraciones y no les dejé irse hasta muy tarde. ¡Ah! y aprendí a cantar villancicos.

Y qué mejor entretenimiento que las fiestas… me acuerdo que hace un par de años, unas cuantas damas de mi madre y mis meninas celebraron el día de la Cruz en sus habitaciones (que estaban en el segundo piso del Alcázar, justo encima del Cuarto de la Reina). Mi aya me dejó subir las escaleras que conducían a los aposentos de las damas para disfrutar de la fiesta con ellas.

L- Un último consejo….

M- Lo tengo claro: el teatro. Dicen que es curativo, que levanta el ánimo e incluso que protege a los niños de la locura (esto lo decía uno que se llamaba Erasmo). Crecí viendo obras de teatro en mis habitaciones, hasta que el año pasado decidí componer mi propia comedia, con coplas y versos salidos de mi cabeza. En mi opinión, mi obra de teatro fue mejor que esa zarzuelilla que Calderón estrenó por las fechas en las que yo ensayaba mi comedia. ¿Cómo se llamaba?

L- ¿El golfo de las sirenas?

M- Sí, algo así.

L- Oye Margarita, cambiando de tema, vale que no saliste de Madrid ¿pero de verdad no pisaste tierra? en el Alcázar había jardines preciosos…

M- Sí, sí, a partir de los cuatro años mi aya me dejaba salir al jardín de los Emperadores y al de la Priora. El jardín de los Emperadores se llama así por las esculturas que lo decoran: bustos de emperadores romanos.

A los jardines podía salir únicamente los días que no hacía frío y en las horas de menos sol, porque ya sabes que el calor mata. Me lo pasaba genial…  una vez, me apetecía tanto disfrutar del aire libre que salí corriendo al jardín de los Emperadores y me caí de bruces. La nariz me empezó a sangrar y mi aya se asustó mucho; pero no fue nada… qué quería, me moría de ganas por respirar un poco. Además me iba muy bien el ejercicio para bajar todo el chocolate que me zampaba. A veces hasta me dolía la tripa y todo de tanto chocolate.

L- Tengo entendido que a partir de los cuatro o cinco años empezaste a recibir muchas visitas… ¿cuáles eran tus preferidas?

M- Bueno, ya recibía visitas antes de los cinco años, aunque las tenía restringidas:  únicamente podían visitarme don Luis de Haro, los gentileshombres de cámara, los médicos de mi padre o la princesa (mi tía Margarita de Saboya) y, cómo no, los enanos Soplo, Bañules; y Catalina del Viso, que una vez excusó su visita porque estaba resfriada y temía contagiarme. Tenían mucho cuidado con eso; una vez la princesa no vino a verme porque tenía una menina con la viruela; y en otra ocasión, cuando yo ya tenía más de cuatro años, la duquesa de Alburquerque excusó su presencia en mi besamanos porque tenía un nieto con sarampión.

A partir de los cuatro años comenzaron a visitarme niños de mi edad, todos hijos de nobles. Mi visita preferida era la del marquesito de Camarasa, que era tan travieso como yo. Hacíamos muchas trastadas; mi aya estaba harta de nosotros, pero nos aguantaba con paciencia porque soy la hija del rey.

¡Ah! y me lo pasaba muy bien con las hijas de la embajadora de Alemania: Juanica y Elena.

L- Me has dicho que echabas mucho a tus padres y a tu hermana cuando se iban y te dejaban en el Alcázar. ¿Cómo hacías para comunicarte con ellos? Ahora tenemos móviles, Skype, Zoom y mil cosas más.

M- Al principio lloraba mucho, no entendía por qué no podía ir con ellos. Cuando tuve entendimiento ya me quedaba más conforme. Sabía que iban a volver  y con eso me consolaba. Para salvar las distancias les escribía cartas, bueno, yo nos las escribía, Soplo el enano las escribía por mí. Yo le dictaba lo que tenía que poner.

L- Eras un poco perezosa…

M- Sí, pero soy infanta, me lo puedo permitir.

L- Les escribías y te escribían pero no los podías ver.

M- No, pero cuando quería verlos, miraba sus retratos. Al ver su imagen me parecía que estaban presentes.

L- Quería aprovechar para preguntarte por el perro que aparece en el retrato que te pintó Velázquez y en el que aparecen entre otros personajes dos de tus meninas, Nicolasito Pertusato y Mari Bárbola. Este cuadro ahora se llama Las Meninas. Bueno, la primera pregunta es ¿cómo se llama el perro, en caso de que sea perro y no perra? , en el caso de ser perra ¿es la perra que te regaló don Luis de Haro? He oído decir que era perro y se llamaba Jako.

M- Prefiero no responder a esa preguntas, algo me tengo que guardar para mí, es mi vida privada. Si quieres saberlo, investiga…

Y ya que sacas el tema, no me gusta nada que al retrato que me hizo el Aposentador de mi padre, ese que ordenaba encender la chimenea de mi Cuarto, se llame «Las Meninas«, ¿desde cuándo ellas son las protagonistas del lienzo? la protagonista del cuadro soy yo, la querida hija del rey. En él aparezco como el vivo reflejo de mi padre. De pequeña, todo el mundo decía que me parecía mucho a él en los gustos: la música y la pintura; aunque físicamente me parezca más a mi tía la reina de Francia. Así que nada de llamar a ese cuadro «Las Meninas«, debe llamarse «Retrato de la infanta Margarita, el vivo reflejo de su padre el rey«, y punto.

L- Bueno, Margarita, no te enfades.

M- Me duran poco los enfados, sobre todo si me dan chocolate.

L- Perfecto, te regalo un poco, una onza del siglo XXI.

M- ¡Es sólido! No se parece en nada a la bebida de chocolate que yo tomo pero aceptaré tu obsequio. Me extraña que una plebeya como tú pueda acceder a un producto de lujo como el chocolate…

L- Se ha popularizado.

M- No me parece mal, ayudará a sobrellevar el confinamiento de toda esa gente de tu siglo. Bueno, ahora me tengo que ir, mis padres y mi hermana me esperan para ir a Aranjuez…

L- Espera Margarita, llévate también este trozo de pizza, se llama como tú «Margarita». He pensado que a lo mejor te apetecía probar cosas nuevas.

M- Ok, probaré también ese trozo de pan con tomate que me das. ¿Se llama así por mi nombre?

L- No… esa es otra historia. Es que una vez hice un taller con niños sobre ti y pregunté ¿sabéis quién era Margarita? y una niña contestó: una pizza.

M- Qué ignorante… Bueno, no tengo tiempo para más tonterías, tengo prisa.

L- Gracias Margarita, disfruta de tu primer viaje fuera de Madrid. Yo vuelvo a mi siglo de mascarillas, pantallas y virus.

M- Yo me quedo en el mío. Que visto lo visto pinta mejor.

 

Margarita confinada imagen

 

Laura Oliván Santaliestra.

Descubre el Madrid de Margarita aquí: ign.es/web/visualizador_cervantes

Agradecimientos a César Esponda, que descubrió las cartas de la condesa de Salvatierra transcritas por el duque de Almazán en los años treinta.

Bibliografía:

  • De Cruz Medina, Vanessa: Where is my room? Lodging Ladies-in-Waiting at the Spanish Court?. Paper presentado en la RSA Conference 2015 (Berlín).
  • Martínez Leiva, Gloria y Martínez Rebollo, Ángel: El inventario del Alcázar de Madrid de 1666: Felipe IV y su colección artística. Madrid, CSIC, Polifemo, 2015.
  • Oliván Santaliestra, Laura: «‘My sister is growing up very healthy and beautiful, she loves me’. The Childhood of the Infantas María Teresa and Margarita María at Court». En: Grace Coolidge (ed.): The Formation of the Child in Early Modern Spain, Farnham, Ashgate, 2014, pp. 165-187.
  • Oliván Santaliestra, Laura: «La vida «real» en los Sitios Reales (1651-1659): jornadas y culturas del cuerpo». En: Concepción Camarero Bullón y Félix Labrador Arroyo (dirs.): La extensión de la corte: Los sitios reales. Madrid, UAM, 2017, pp. 343-368.
  • Blog: El barroquista: elbarroquista.com «7 hijos ilegítimos de Felipe IV».
  • Blog: Pasión por Madrid:pasionpormadrid.com/…/los-jardines-renacentistas-del-real_19.

Y gracias a Nacho Perbech por leerse la entrada antes de publicarla.

 

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