El año pasado por estas fechas aún no tenía muy claro quién era el Christkind… Yo estaba convencida de que era el «niño Jesús» y no, resulta que el «niño Jesús» es el «Jesus Kind» y no el Christkind o Christkindl, como me insistió un día mi gran amigo Alexander.
En uno de los tradicionales mercadillos navideños de Viena, concretamente en el del Altes AKH, una amiga mía japonesa y su marido, un alemán de padres rusos, me estuvieron explicando qué era el Christkind y aún me liaron más la cabeza: resulta que el Christkind era una especie de «espíritu del niño Jesús o más bien de la Navidad» con forma de angelito con ricitos rubios y alas que llegaba volando a las casas de los niños y dejaba los regalos. El Christkind, insistía mi amiga japonesa -que sabe más del tema que los propios austriacos-, no era exactamente el niño Jesús, sino una representación suya, e incluso a veces se representaba no como un niño sino como una niña alada vestida con una túnica blanca.
Alexander, que es de Steiermark y conoce bien la tradición corroboró las palabras de mi amiga en uno de nuestros cafés, y me aseguró que el Christkind adquiría forma femenina. En fin, un lío. Además el Christkind venía la noche del 24, como Papá Noel, pero no coincidían o al menos no debían coincidir, vamos, que en las casas austriacas de verdad, Papá Noel era un «usurpador-robaprotagonismo» del Christkindl. Esta inoportuna concurrencia del tradicional espíritu del niño Jesús vestido como una niña y del recién llegado hombre de la Navidad llegado del norte-norte (cerca del Polo), estaba siendo motivo de polémica aquel año, pues los austriacos más apegados a la tradición reivindicaban a capa y espada al pobre Christkindl que, dado su espíritu etéreo, poco podía hacer contra el bonachón de Papá Noel, ataviado con un llamativo traje rojo y acompañado por toda una parafernalia de renos y ayudantes muy poco discretos.
Este año me he fijado más en las tradiciones navideñas austriacas y he estado más atenta a todo lo relativo a la Navidad que pudiera aparecer en la documentación porque estaba muy interesada en saber más sobre cómo celebraran mis embajadoras las Navidades… y me he llevado más de una sorpresa.
Revolviendo en el archivo, la Navidad y sus personajes han ido apareciendo sin avisar, dándome algún que otro susto. El Christkindl se lleva el premio a eso de aparecer sin previo aviso. Debe ser que llega siempre sin avisar y, como dicen los padres a sus hij@s, si un@ es muy curios@, el Christkindl se esfuma; pero si no se espera, éste se presenta y te planta unos buenos regalos. Pues así me ha pasado a mí en el archivo: de repente, un día, el Christkindl ¡apareció! pero ¡donde no debía estar! ¿O sí?
Os cuento: Esa mañana cualquiera de un día cualquiera de una semana cualquiera me encontré con una carta escrita por Rosa Ángela von Harrach, la hija de Johanna Theresia, condesa de Harrach, de la que ya hemos hablado largo y tendido. La carta de la pequeña Rosa, que debía contar con 6 o 7 años de edad, estaba dirigida nada más y nada menos que ¡al Christkindl!
Resulta sorprendente encontrarse con un tipo de documento tan entrañable… (es como si me hubiera encontrado con la carta de un niño del XVII para los Reyes Magos, porque para mí el Christkindl no significa mucho… pero los Reyes… eso es otra cosa, a esos sí que les tengo una fe tremenda porque me traen todo lo que pido y más…je, je…).
Bueno, volvamos al tema… que me llevé una gran alegría ¡la hija de Johanna Theresia escribiendo al Christkindl y pidiéndole regalillos! ¡Qué bonito! Le hice un escáner al documento y me fui tan contenta a casa. Pero ahí no acaba la cosa.
Como bien sabéis, mis embajadoras eran muy muy muy católicas: devotas de la Virgen y de todos los Santos. Johanna Theresia, la madre de Rosa, llegó a fundar en Viena el monasterio de los Trinitarios blancos españoles en la calle Alser, era coleccionista de reliquias y se trajo de España un escaparate con un niño Jesús de procesión que colocó en sus aposentos. Las familias nobles más cercanas al emperador Leopoldo I debían demostrar continuamente su catolicidad y su firme compromiso con el proceso Contrarreformista. Por eso, cuando en uno de mis habituales cafés con Alexander, éste me dijo que el Christkindl era protestante me quedé de piedra. -¡Pero si Rosa escribía al Christkind!!!- le respondí. -¿Es que el Christikindl era «usanza» protestante en aquella época? -Pues resulta que sí.
En la actualidad el Christkind «viene» a las casas de católicos pero en la época de mis embajadoras el niño alado era de «uso» exclusivo de protestantes ¿Cómo podía ser eso? ¡Pero si mis embajadoras eran más católicas que nadie!, o al menos, eso creía yo… En fin, aún no he resuelto el misterio de la carta de Rosa al Christkindl.
Según me contó Alexander, el Christkind fue implantado por Martín Lutero para desterrar a San Nicolás de los hogares protestantes. Nicolás era obispo de Myra pero un santo al fin y al cabo. El Christkind se ajustaba más a su espíritu reformista así que Lutero decidió que sería éste el que visitaría a los niños protestantes y no el día 6 de diciembre como hacía Nikolaus, sino la noche del 24, coincidiendo con la Nochebuena. El Christkind no se introduciría en los países católicos hasta el siglo XIX… y la carta de Rosa está fechada aproximadamente en los años 1681-82. ¿Cómo se había «colado» en Christkind en su familia? El hecho de que Rosa se refiera a él como el «Chrsitkindl Jesu» y no como el «Christkindl» a secas, complica aún más las cosas. El «Jesu» ¿Quizás lo hace «más católico»?… Más bien lo hace más enigmático.
A mí se me ocurre una interpretación pero si a vosotros se os ocurre otra estaré encantada de leerla.
Creo que el Christkindl de Rosa es cosa de su abuela Judith Rebecca von Lamberg (nacida Wrbna), otra de mis embajadoras (por su matrimonio con el conde de Lamberg) y madre de Johanna, la condesa de Harrach. Judith Rebecca, cuando su nieta Rosa escribió la carta, tenía unos 70 años, 57 de los cuales había vivido como católica, pero no los 13 primeros…
Judith Rebecca, la flamante abuela de Rosa, había nacido en tierras bohemias en 1612. Su padre, Georg Bruntalsky z Vrbna (Würben), era un aguerrido protestante que servía como consejero al emperador Rodolfo II. Su madre Elena von Vrbna, educó a Judith Rebecca y su hermano en la fe luterana y en ella crecieron los dos pequeños hasta que el destino truncó sus vidas. Tras la batalla de la Montaña Blanca el 8 de noviembre de 1620, Georg fue apresado y condenado a muerte. Gracias a la mediación de amigos poderosos, la pena le fue conmutada por la confiscación de gran parte de sus bienes. Casi en la miseria , el padre de Judith, falleció cuando ésta contaba con trece años de edad. Ella, su hermano y su madre tuvieron que convertirse al catolicismo e instalarse en Viena. Judith inició su nueva vida católica sirviendo en la corte imperial como dama de las archiduquesas. Su madre se volvió a casar con un noble católico y su hermano se hizo jesuita. Cuando en 1635, Judith Rebecca se casó con el conde de Lamberg, había vivido más años como protestante que como católica. ¿Hablaría a sus hijos del Christkind? y en concreto a ¿Johanna, la futura madre de Rosa? Podría ser que la creencia en el Christkind se hubiera mantenido en la familia como un rito íntimo, recluido en las esferas más domésticas y, por tanto, apartado de la oficialidad católica que los Harrach mantenían.
Quizás las prácticas de religiosidad de estas familias que consideramos «puramente» católicas, sean mucho más complejas y estén delicadamente salpicadas por modismos de tinte luterano; como el dulce «Christkindl Jesu» de la menor de los Harrach, que su abuela Judith Rebecca atesoró en sus infantiles nochebuenas praguenses previas al estallido de la Guerra de los Treinta Años. La muerte de su padre y su obligado proceso de re-catolización supuso el fin de «casi» todos sus hábitos protestantes… porque en lo más profundo del corazón de Judith, se quedó el Christkind, un recuerdo de la infancia con su padre que supo trasmitir con la discreción adecuada a su hija Johanna, y ésta, a su pequeña Rosa.
Aquí dejo parte de la traducción de las inocentes palabras que Rosita dedicó al Chirtstkind:
«Queridísimo Christkindl Jesu: Quería pedirte un abrigo, un corpiño, encajes y medias de seda… si me traes lo que te pido, te prometo que me esforzaré todo lo que pueda en aprender a leer y escribir… Rosa de Harrach». (La carta no la había escrito de mano propia, de ahí que prometiera al Christkindl aplicarse más en las tareas de escritura).
¿Le trajo el Christikindl lo que pedía? Nunca lo sabremos, pero sí que Rosita le escribió con su lista de regalos. Una lista, por cierto, bastante práctica. A sus cinco añitos, Rosita debía empezar a vestir como las adultas, y a este rito de paso tan importante en el crecimiento de la niña, bien podría contribuir el Christikindl con un corpiño y demás aderezos…
Ojalá, la noche de este 24 de diciembre de 2015 el Christkindl se asome a las ventanas de todos los niños del mundo, sin distinción alguna. Y que les traiga medias, abrigos, encajes y todo lo que necesiten… todo aquello que Rosita olvidó escribir en su carta.
Para saber más: ver estudio de este documento por Gerald Theimer «Archivalen des Monats» en la web del Österreichsches Staatsarchiv (1.09.2007).
¡Qué entrada más bonita, Laura! Para que luego digan que no existe el Espíritu de la Navidad. Ojalá durase todo el año. Entre tod@s podemos hacerlo posible. Un beso grande, con muchas ganas de verte
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